Siempre he tenido una relación extraña con mi papá. Supongo que podemos atribuir lo disfuncional
de nuestra relación a su poca presencia durante mi niñez y adolescencia. Su alcoholismo tampoco ayudo. Hoy en día le
digo pro su nombre, lo trato de tú, de igual a igual. Hablo sin recato lisuras frente a él, empino
el vaso tanto o más que él durante las reuniones familiares. Aquí insistiré en que si bien no existe ese
sentido de respeto y distancia natural entre un padre y un hijo, si hay cariño,
aún así no puedo olvidar las cosas increíbles (malas por cierto) que nos ha
hecho vivir.
No es un secreto que sea una bestia en matemáticas,
simplemente no las entiendo y por ende las odio. Así que cuando tenía unos 17 años, un amigo
del CIPUCP, me daba clases particulares de matemática los fines de semana, y pobre de H. (así se llamaba mi amigo), pues,
no había fin de semana, en que no fuera espectador de un bochornoso espectáculo,
mi papá quien se había ido a jugar futbol con sus amigos, llegaba arrastrándose
de borracho, muchas veces H. me ayudo a subirlo hasta su cuarto, además de
soportar sus estúpidos comentarios, los mismos que eran inaudibles e
ininteligibles.
Recuerdo que para el cumpleaños número 15 de mi hermana
Graciela, llego en un estado deprimente, había bebido tanto que sudaba cerveza,
habíamos organizado un pequeño, el cual
se vio interrumpido por su abrupta aparición y por que rompió una maceta al
entrar, además de que tuvimos prácticamente que arrastrarlo por las escaleras
hasta su habitación, y como comprenderán se nos caía la cara de vergüenza.
En otra oportunidad, llegó sin llaves y sin documentos a las
3 de la mañana de un día lunes, y como no sentimos que tocaba la reja, ni sus
silbidos, pues se acostó a dormir en la puerta, apoyado sobre la reja, como un
indigente, fue el espectáculo de Semana Santa que no olvidamos hasta el día de
hoy. Lo más sin vergüenza del asunto es que ahora cuando mi hermano llega un
poco tarde y con unas copas de más, tiene la frescura de reprenderlo. Con que
cara, pregunto!
Pero sin lugar a dudas sus hazañas de borracho empedernido,
no quedan allí, no, señores, y señoras, y es que no ha escarmentado, aun cuando le
hemos quitado la llave de la casa en más de tres oportunidades, y que mi mamá
lo ha despachado de la casa para la casa de su mamá en otras tantas
oportunidades, pero como ama de casa del siglo anterior, ella lo perdona y lo
acepta de nuevo en la casa y él vuelve a emborracharse.
Hay dos episodios en nuestra vida familiar que marcar la
historia con indignación y con recelo, el primera sucedió cuando tenía 16 años,
recuerdo que era un domingo, en que yo había salido con unos amigos (aleluya,
así nomás no salía), así que aproveche al máximo ese día, fuimos al cine, a
comer salchipapas, helados. Regrese a casa a eso de las 8pm, lo raro fue encontrar
a mis tías y a mis hermanas sentadas en al puerta de la casa, con la reja cerrada,
pero con al puerta principal abierta, como esperando visitas, los mire y todos tenía
cara de funeral, ingrese y pregunte que paso, me dijeron que suba y vea a mi
mamá, al llegar a su habitación, ella y mis abuelos estaban limpiando al habitación,
según me contaron, mi padre había llegado a eso de las 6:30pm, como era su
costumbre, totalmente borracho, había roto la puerta principal, pues no había podido
abrirla con su llave, y como mi madre le reclamo, él la abofeteo, se metió a su
cuarto a buscar dinero, y como no encontró comenzó a vaciar el contenido de los
6 cajones de la cómoda, rompió botellas de colonias, rompió el espejo, y se
puso a fumar , con tanta irresponsabilidad que el colchón se comenzó a quemar.
El muy despreocupado dijo: “A la mierda, nos quemamos, pes”… Mi mamá intento
apagar el fuego, en su desesperación empujo a mi papá quien se enajeno, y la
golpeo, subieron mis tías por los gritos de mis hermanas y mi hermano, ese día mí
padre le repartió golpe a todos, cuando subió mi abuela y mi abuelo, se calmo
lo suficiente como para agarrar su billetera y se fue. Apagamos el fuego limpiamos, y acompañe a mi mamá
y a mis tías a poner la denuncia a la comisaría de San Martin de Porres, para
nuestra conmoción, mi papá había llegado poco antes a reportar el incidente y
como miembro del cuerpo de policía, se le dio todas las facilidades de caso, y
por ende la denuncia no tuvo el peso que debió. La culpa me consumió, me sentía
tan mal por no haber estado allí para socorrer a mi mamá y a mis hermanas, eso
sin lugar a dudas creó una cierta aversión hacia mi padre y al mismo tiempo me
hizo tomar la decisión de permanecer en mi casa todo el tiempo, eventualmente,
los pocos amigos que tenía en el colegio y que a veces me visitaban,
desaparecieron, me volvió solitario, dedicando todo mi tiempo a mi familia.
El segundo sucedió cuando yo tenía 19 años. Habíamos pasado
la tarde donde mi tía Dominga, la hermana de mi abuelo. Regresamos a eso de las
7 pm. y al llegar a la casa, no había nadie, ni mis abuelos, ni mis tías. Una
vecina, quién nos había visto llegar, tocó la puerta y nos informo, que a eso
de las 4pm, mis abuelos habían llevado a mi papá al hospital, pues se había caído
del techo. Cuando oímos: “Se ha caído del techo”, pensamos lo peor. A los pocos
minutos llego mi tía, ella nos conto que mi papá efectivamente se había caído del
techo del tercer piso, pero solo a la terraza del cuarto de mis abuelo, osea un
piso de distancia, y que gracias a dios, las llantas que mi abuelo había apiñado
allí, amortiguaron al caída. Y es que en ese entonces teníamos un gato, su
nombre era: “Chispita”, bueno “Chispita” era jodido, paraba subiéndose al sofá y
arañaba todo lo que encontraba, mi papá borracho lo había comenzado a corretear
en la azotea, según no enteramos unos días después, porque mi papá nos conto,
es que el gato lo araño y por eso el lo estaba persiguiendo, en fin. Mis tías
subieron a disuadirlo, pero el aducía que era más rápido que el gato y que por
ultimo hasta volaba…y puesto que estaba borracho, en cualquier momento podría
tener un accidente, él no hizo caso, hasta que se cayó, y quedo inconsciente,
lo tuvieron que bajar, mi abuelo, el amigo de mi tía que estaba de visitar y 3
vecinos. Una vez más se armo un chongazo de aquellos que él (al parecer) le
encantaba protagonizar. Mi abuela, nos conto, luego del accidente que mi papá,
ya sedado, le encargaba que nos cuidara. Como resultado de la caída, tenia 2 costillas
fracturas, el hombro dislocado y hematomas en el brazo derecho y en las
piernas. Mi abuelo lo condujo a casa en
el microbús que tenía, estaba acostado en el pasadizo, inmóvil, hasta tranquilo
parecía, allí pasó la noche, bueno casi toda la noche, subió hasta el tercer
piso, se metió en su cama y le dijo a mi mamá que no volvería tomar. Mi mamá se sorprendió al verlo, pues
con la fractura y la dislocación no debería de poder moverse, sin embargo,
sabemos que la promesa de un borracho no es de fiar. A la mañana siguiente no podía
moverse, pues el efecto de los analgésicos había pasado, estuvo de descanso
médico por casi un mes. Desde entonces cuando lo vacilamos, le decimos: “Tranquilo
Superman” jajaja.
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