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La casita del dulce


He dejado más en claro que mi madre siempre ha sido muy trabajadora y que nos ha inculcado ese espíritu dedicado e ingenioso, además de sus manías jajaja. Recuerdo que cuando estaba en secundaria, en tercer año para ser más preciso, tenía 13 años y estudiaba Ingles en el desaparecido CIPUC de la avenida Camaná cerca a la plaza Francia, en pleno corazón de Lima la gris, en curso sabatinos de Juniors en el horario de 9am a 12m, supongo que de allí viene mi aversión para cuando enseño a chicos de esa edad y es que para cargosos, yo bastaba y sobraba, debo añadir que mis estudios los pagaba mi tía Ceci, hermana de mi mamá,  ella enseñaba Ingles allí y en el colegio Champagnat, aun hoy enseña en el mentado colegio. Y al terminar almorzaba lo que hubiese cocinado en la mañana y acuñado en mi termo de comida azul, y luego me cepillaba los dientes y me iba a estudiar computación a un pequeño instituto que quedaba en la primera cuadra de la avenida Arequipa, el mismo que  mi tía Lili la otra hermana de mi mamá, pagaba.  Profesora de Educación Inicial, cuando me observan mi clase y me dicen que soy un profesor innato, yo solo sonrío, y es que eso se lleva en la sangre!
En fin, terminaba clases sabatinas. De allí regresaba presuroso a casa a eso de las 6pm. Y me duchaba, me ponía buzo y zapatillas y estaba listo para ayudar a mi madre.  Ella había improvisado un pequeño negocio de fin de semana, abríamos la reja del garaje, sacábamos la cocina semi industrial que habíamos adquirido un año atrás, poníamos 2 mesitas redondas con 4 sillas cada una y servíamos: arroz con leche, mazamorra, picarones, papas rellenas,  gelatinas, yogurt con cereales y cremoladas. Yo atendía al público, cobraba, mi mamá cocinaba, y entre mis hermanas se encargaban de lavar y secar los platos, vasos y cubiertos, al cabo de 4 meses teníamos nuestra clientela regular, algunos vecinos, algunos amigos de mi tío Lalo, hermano menor de mi mamá, que Vivian en el barrio y algún transeúnte atraído por la luz del foco de 200w que mi abuelo había puesto a la entrada del garaje, la gente riendo y disfrutando de nuestros platillos y el olor dulce que desprendía la miel de los picarones, mi tía Lili compro unas agenditas telefónicas de esas que se doblaban y tenían tapas imantadas, y en su interior pegamos un pequeño anuncio publicitario, habíamos decidido llamar a nuestro negocio: “La casita del dulce”.  Los domingos mientras mamá preparaba el almuerzo, mis hermanas hacían tareas, yo lavaba la ropa, Luego todos a ayudar a preparar lo que venderíamos por la tarde.

Con el pasar del tiempo, ya no solo atendíamos los sábados y domingos, sino que extendimos la atención a los viernes por la noche, e incluimos en el menú champú limeño. La buena sazón y la atención nos trajo más clientes, teníamos chamba asegurada, pero también agotamiento. Aún así nos aventuramos a preparar tamales con la receta de mi tía abuela Eduarda, hermana menor de mi abuela, la misma que rayo en ventas, pero claro eso implicaba 3 veces más chamba,  los jueves por la mañana mi mamá se iba temprano a comprar los insumos al mercado de Caquetá, maíz mote, condimentos, y la bendita hoja de plátano. Al llegar a casa lo ponía a remojar, en la mañana del viernes, mis hermanas y yo les sacábamos la mayor cantidad de “piquitos” al maíz mote. Luego yo me encargaba de molerlo en un molino de manivela, el cual habíamos instalado en el garaje sobre un mueble de madera que mi abuelo había armado, molida el maíz al regresar del colegio de 6:30 a veces hasta las 11pm, a esa hora mi mamá preparaba la masa para el tamal, con mis hermanas armábamos los tamales sobre las hojas de plátano, y mi mamá los amarraba.  Nos mandaba a dormir y ella se quedaba hasta las 3 de la mañana cocinándolos. Los comenzamos a vender los domingos por las mañana a pedido, entregábamos casa x casa, luego de que mis hermanas habían ido a preguntar si deseaban tamales para el desayuno, el día sábado en la mañana mientras yo estaba en clase, había un gran número de vecinos iba a misa de 8 de la mañana por lo que ellos pasaban por nuestra casa recogiendo tamales, nuestro vecino E. M.  compraba 12 tamales cada domingo, luego comenzamos a repartir tamales sábados y domingos, lo que implicaba el doble de trabajo, y hasta fuimos una vez a Santa Patricia, pues el dueño de un restaurante criollo de la zona, era cuñado de una vecina, y ella nos recomendó, llevamos 100 tamales y masa de picarones para preparar 100 porciones, ese día vendimos todo, pero regresamos a la casa a la 1am.
La casita del dulce atendió a su distinguida clientela durante poco más de 3 años, cuando termine el colegio, cesamos labores, ya que mi madre consiguió un trabajo, y al año siguiente conseguí trabajo como profesor de Inglés en un colegio cerca a la casa y mi sueldo ayudo a cubrir las necesidades familiares, las cuales eran cubiertas por lo que ganábamos en la Casita del dulce, pero sin el esfuerzo sobrehumano. Supongo que nos exigimos al máximo para salir adelante, y hoy en día, aun trabajamos duro y parejo, pero nos damos tiempo para darnos nuestros gustitos.

Hoy si cocinamos es para disfrute de nuestra familia y amigos. Aun quizás algún día cuando pierda ese entusiasmo con el que trabajo de profesor, habrá mi propio negocio de Servicio de catering y de rienda suelta a mi ingenio culinario y a mi pasión por la comida. Y he pensado en el nombre: Como lo hacia mí mamá!, qué opinan?

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