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Tamalitos verdes


Un día como hoy, hace tres años, estaba mensajeándome con mi mamá, coordinando a qué hora irían a casa de mi madrina, yo les daría el alcance al salir de clases. Y recuerdo, llegar con camisa una manga corta, con una cara de cansancio y un calor espantoso a la siempre acogedora casa de mi madrina, recuerdo haber subido los tres tramos de escaleras, saludar a mis abuelos, mis tías, mi mamá, mis primos, y escabullirme a la cocina, donde estaba mi madrina con su cabello rizado, y su frente con perlas brillantes por el estupor de la estufa encendida.  
Mijo, viniste, exclamo con su voz que aún resuena en mi mente y su sonrisa dulce. Claro conteste. Ya me alisto y salgo, replicó. Ya, ahora sí espero afuera, le respondí.  Al poco rato salía más fresca a conversar con todos los que habíamos caído como paracaidista a celebrar su cumpleaños. Luego se servía la comida, y podían ver en los ojos de todos los asistentes, que sería simplemente un manjar, y es que no hay mejor comida que la que se cocina con amor y mi madrina siempre tuvo mucho de ello para nosotros, con su buena vibra, con su contagiante carcajada, con sus bromas, amiguera y conversadora, así era María Trinidad Ortiz Estrada, pero para nosotros sería la tía Trini.
Y comimos unos tamalitos verdes, de esos cuyo sabor te catapultan a los recuerdos más felices de tu infancia, esos tamales hechos de choclo tierno y especias, molidos por mi tía Delia, y amasados y atados en panca de choclo, servidos con su zarza de cebolla picantita… y un ají de gallina de esos que uno pide en plato hondo y ruega porque nunca se acabe.
Un día como hoy hace unos tres años, estaba viendo a mi madrina, quien caminaba ya más despacio de lo usual, delgada, pero fuerte, tan parecida a mi abuela, y al mismo tiempo tan distinta. Y todo era feliz, con sus bromas y palomilladas, con la forma en que le decía Chato a mi abuelo, con ese trato de hermana mayor…y hoy, solo me queda recordarla frente a unas ollas enormes, moviendo un guiso, probando la sazón de la sopa, golpeando la cuchara con esa gesto de “carajo, esto está buenísimo”, y esperando a los invitados.
Hoy solo me queda recordar todo el amor que me dio desde pequeño, el arroz con leche que preparaba el día de mi cumpleaños, la manera en que me daba propina como si estuviese traficando algo ilícito…a escondidas. Y su frase: “mijo, ya no crezcas, ni para arriba, ni para los costados”. Y es que hay personas en nuestra vida que nos marcan de una manera indeleble y no importa si ahora la única manera de verla en mis recuerdos y sueños, o si solo me queda llevarle flores al cementerio…ella está conmigo, cuando cocino, cuando me loqueo y preparo más comida de la cuenta…ella está conmigo en mi corazón y allí siempre vivirá.

Hoy enciendo una vela en tu nombre, para que alumbre tu camino siempre…Feliz cumpleaños…al otro lado del puente, nos encontraremos y conversaremos largo y tendido como lo haciamos en tu cocina.

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