Ésta es la única
manera que conozco de lidiar con mi propio dolor, escribiendo al respecto, así
que si están dispuestos a acompañarme en mi dolor, continúen leyendo.
Dicen que la mujer es
la criatura sobre la faz de la tierra más fuerte e importante. Y sin lugar a
dudas, las mujeres en mi familia siempre han sido, son y serán el pilar más
sólido y aun cuando no estén en este plano existencial siguen marcando el
camino que recorremos.
El viernes a las 8:00
am. Recibí un mensaje que aunque sabía que llegaría en un tiempo no muy lejano,
definitivamente no estaba listo para leerlo. Verónica, mi hermana menor
escribió: “Martin, mi abuelita acaba de fallecer”, lo único que recuerdo es
haber soltado el plumón que tenía en la mano y salir de mi aula a pedir que me
reemplazaran en mis clases de la tarde y me dirigí al Hospital Central de la Policía,
horas más tarde después de ver a mi papá y a mi tío quebrados, y acompañarlos
con mi hermano y mi hermana a realizar todos los trámites, nos tocó vivir
quizás lo más fuerte. Teníamos que vestir a mi abuela, pude ver las mirada de
terror en mis tíos, así que Rosa y yo nos ofrecimos a hacerlo, con ayuda de mi
mamá la vestimos, la peinamos y le echamos su colonia favorita, la misma que
quedo impregnada en mis manos y mis camisa, la que hasta el día de hoy me niego
a lavar con la esperanza de que algo tan efímero como un aroma me ayude a
evocar con más precisión a mi abuela. Mis tíos nos pidieron que le pusiéramos un
brazalete que a ella le gustaba pero no le quedaba, el cuerpo después de la
muerte sigue las reglas del tiempo al pie de la letra y por ende se distiende,
así que sin pensarlo me saqué el anillo de mi mano y se lo puse en su mano fría
pero que me trajo tantos recuerdos de todas las veces que cocinamos juntos, de
las veces que acaricio mi rostro antes de abrazarme. Al menos sé que una parte
de mí siempre estará con ella, de la misma forma en que ella siempre estará en
mis pensamientos.
Los trámites siguieron
su curso, comenzaron a llegar las coronas de flores y las lágrimas, y con ellas
familiares y amigos muy cercanos que fueron a rendir honores y a acompañarnos
en nuestro dolor. Pero la muerte sólo se hace real cuando ves el cuerpo de quien
amas en un féretro, y es allí cuando te das cuenta lo efímero de la vida, el
dolor que produce la partida, es allí donde ves a los deudos enjugando su
llanto, tratando de asimilar el shock, tratando de respirar deseando que todo
sea un sueño, un oscuro, penoso y cruel sueño que se va a acabar con sólo
frotar nuestros ojos con fuerza. Pero, lo que estábamos viviendo era real y
ninguno de nosotros tenía control sobre eso.
Durante dos días
velamos el cuerpo de nuestra abuela, tomando el hombro del que estuviese más
cerca, tratando de no quebrarnos todos al mismo tiempo, rezando por su eterno
descanso y por tener la fuerza para afrontar lo que tendríamos que vivir sin
ella, sin su fuerza, sin su carácter jovial, sin su comida caliente esperándonos
un domingo cualquiera, sin ella llamando a sus nietos, ya treintañeros con
diminutivos, como muestra de que para ella siempre seriamos esos niños
revoltosos que ella tanto amo.
Llegó el domingo y con
él se reabrirían las glándulas lacrimales las que creí exhaustas. Nos
despedimos y cargados de un impostado valor y flores y enrumbamos hacia su
última morada. Como dijo mi papá: “Hoy pierdo a mi mamá y ustedes pierden a su
abuela”, y creo que no hay verdad más dolorosa que esa frase. Hoy le dijimos
adiós a mi abuela paterna: Benita Raimunda Cáceres Carrión y al acompañarla a
su última morada, el paso se me hacía lento y pesado, el hombro me dolía por la
presión del féretro, pero nada se comparaba a como se sentía mi corazón, como
me sentía tan impotente, tan indefenso, tan frágil, sin poder hacer nada por
aliviar el dolor de mi papá, de mi mamá, de mi abuelo, de mis hermanas, de mi
hermano, de mis tíos, de mis sobrinos. Hoy me sentí más que inútil.
P.D.: Quiero aprovechar este post para agradecer
a familiares y amigos por sus muestras de afecto. Y en especial a mis amigos
del Británico, a ese grupo de seres humanos increíbles que he tenido la suerte
de conocer y a quienes quiero como si fueran mis hermanos y hermanas. Gracias
mil por todo su apoyo, sus palabras, sus mensajes porque ellos me dieron la fuerza
para mantener la calma cuando más lo necesitaba. Ahora si ya puedo derrumbarme,
sabiendo que los tengo a ustedes para no hundirme en la pesar.
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