Son las 3 o 4 de la
mañana, estiro mi brazo para confirmar la hora en el celular que reposa en el
velador de mi cama, y completamente despierto, tarto de disociar la realidad
tangente de aquellos vestigios de sueños que se percibieron tan reales, que aun
intentan inmiscuirse en este repentino estado de vigilia.
Ponerse de pie, tratar
de recordar de qué lado de la cama dejé los zapatos, caminar despacio rozando
las paredes, siguiendo el pasadizo hasta el baño, con esa sensación de mareo y
tratando de hilvanar todos los retazos del sueño que me despertó en primer
lugar. Llegar al baño, prender la luz, ver mi reflejo en el espejo, lavarme el
rostro, secarme, apagar la luz nuevamente y ya más lúcido desplazarme hasta la
cocina, abrir el refrigerados y sacar la botella de agua helada del anaquel
inferior en la parte interna de la puerta, beber como si de eso dependiese mi
vida, y regresar a la cama, acomodar las almohadas, cobijarme, adoptar posición
fetal y volver a dormirme, tan sólo para continuar con el mismo sueño.
Si, suena a
exageración, pero además de mi habilidad de hacer tres o cuatro cosas al mismo
tiempo, el poder tener una secuencia de sueños sucesivos al mismo estilo de
serie televisiva de bajo presupuesto en el que se hace excesivo uso de efectos
especiales es la norma, es algo que me gusta sobremanera.
A veces los sueños
tienen un giro inesperado, algo horrífico, pero lo bueno es que muchas veces puedo
volver a un instante antes de que ese evento suceda y cambiarlo hasta que el
desenlace sea algo inocuo y hasta gratificante. Otras no tengo tanta suerte, y
en lugar de poder torcer los desenlaces a mi antojo, termino despertándome con
sensaciones tan extrañas como intensas…y sí, soy intenso como dicen mis amigos.
Como cuando sueño que
se me caen los dientes, o se parten mientras como una manzana, y mis encías sangran
un par de días después de haber tenido aquel sueño. O soñar que estoy en el laboratorio
de la universidad manipulando distintas botella, unas con ioduro de potasio,
otras con sodio metálico y otras con ácido sulfúrico, tan sólo para ver como la
última se resquebraja entre mis dedos, y el líquido quema mis manos, verme a mí
mismo correr al lavatorio y sumergir mis manos bajo un chorro de agua, tan sólo
para ver como la piel y el musculo se van desintegrando lentamente, y
despertarme en cuanto el dolor ha alcanzado mi punto de tolerancia máximo y
tener esa sensación de ardor y entumecimiento en las manos por casi una semana.
A estas alturas de mi
vida, con mis casi 36 años, ninguno de mis episodios de parálisis de sueño o
mis alocados sueños que son a veces tan tangibles ya me asustan o asombran. Lo único
que aún me causa asombro son las veces en las que llego al trabajo y de la nada
le digo a un amigo o amiga, tú te levantaste a tal hora con dolor de espalda o
de cabeza, o te vino el periodo, verdad? Y la respuesta siempre es un rotundo
si, y una pregunta que nunca sé cómo responder: cómo sabes eso? Y es que a
veces me conecto tanto con las personas de mi alrededor que sus dolencias también
me aquejan…pero eso será para otro post.
Nota: A ustedes mis
internautas muchas gracias por leer mi blog, desde mi rinconcito en este mundo
alocado, les envío mis mejores vibras, un fuerte abrazo y un millón de gracias.
Comentarios
Publicar un comentario