Es extraño como llegamos a extrañar las cosas más absurdas en cuanto crecemos. El que tu madre grite desde la cocina: “A qué hora piensan levantarse?…creen que tiene empleada?”, o a tus hermanos y hermanas atravesándose delante de la pantalla del televisor mientras transmiten tu programa favorito, el que tu viejo llegue tarde a la casa con pollo a la brasa y todos saltar de sus camas para comer como vikingos…el que tu abuela reniegue porque no se limpiaron bien los zapatos en el tapete de la entrada y le dejaron el piso echo una verdadera porquería, el olor a grasa, metal y gasolina del carro que tu abuelo mantiene en perfecto estado. A tus sobrinos corriendo como pollos descabezados por las escaleras gritando, riendo, a tu perro aullando a mitad de la noche, a los gatos saltando en el sofá a su antojo, a los canarios chillando alborotados para que los descubran desde temprano, los ruidos del parque de en frente de la casa, el botar de la pelota del desadaptado social que sale a las 4 de la mañana a correr, el lejano sonido del tráfico, la conmoción de un grupo de loros rebeldes atrincherados en la copa de un árbol reclamando su lugar en esta bulliciosa ciudad.
Es extraño extrañar esas cosas que parecen tan insulsas y al mismo tiempo tan importantes para alguien como yo, así que el quedarme unos días en casa de mis abuelos es volver a esa calidez sobrecogedora, caóticamente íntima y que tanto anhelo, solo para sentirme un extraño, un inquilino querido por todos pero que desconoce los nuevos códigos, los nuevos secretos escritos sobre las ventanas, el lugar de los tazones en la cocina, la distribución de los asientos del comedor, los horarios de los programas familiares, el rol de los quehaceres domésticos…dormir en casa de mis abuelos es volver a adaptar mis odios a los ruidos propios de la casa, el refrigerador con su vibración eléctrica, el sonido reacio de las bisagras de la puerta…es volver a descubrir un mundo que antes supuse mi todo y hoy me resulta tan ajeno.
Quedarme un par de días en casa de mis abuelos, y extrañar la quietud de mi casa, los ronquidos de César, el zumbido del elevador, el rugido del viento colándose por la mampara, el voraz y enajenado ruido del tráfico, la neblina matutina…y es que a veces me pregunto si podría vivir solo, si alguna vez me aventuraría a hacerlo, y no me queda más remedio que dibujar un rotundo NO. A los 22 deje la casa de mis padres y comencé a vivir con mi gordo…desde entonces, nuestra casa es como la de cualquier otra pareja sin hijos, a veces ordenada, a veces desordenada, con el ruido del caño abierto para lavar los platos, el resonar de la lavadora al terminar el ciclo de lavado, el mix de voces provenientes de los televisores, yo gritando: Ya está la cena y el respondiendo ya voy. Es extraño como uno se acostumbra a las cosas tan cotidianas de la vida como encontrar un vaso sucio en el lavadero de la cocina al levantarse, la bolsa de basura amarrada y lista a ser desechada junto a la puerta. El router encendido, el suave crujido de la puerta del cuarto cerrándose, porque la música está muy alta mientras me ducho por las mañanas, su voz deseándome un buen día mientras se acurruca plácidamente en su cama para seguir durmiendo, el golpe seco de mi mano dándole una palmada antes de irme, el resignado click de la puerta del ascensor.
Supongo que el mudarme de la casa de mis padres y comenzar a vivir inmediatamente con mi gordis, hizo la transición más fácil. Para alguien como yo, para quien las rutinas lo son todo, para alguien como yo, el vivir solo está fuera de todo plan…no concibo la gracia de irse a dormir y despertar cada día sólo, vivir sin nadie a quien lanzarle un almohadazo, o salir de la ducha desnudo y no tener a nadie que te de un palmazo en el trasero, a nadie que te toquetee mientras cocinas, a nadie con quien discutir por cojudeces, a nadie a quien esperar para cenar, a nadie a quien apurar para que se aliste, a nadie a quien preguntar: qué quieres cenar hoy?, a nadie a quien gritar desde la cocina: contesta el teléfono!...a veces veo a mis amigos independizándose, y los oigo diciendo lo grandioso que es estar solos en la casa y jugar play station todo el día, el emborracharse y/o llegar a la hora que te la gana…y yo, yo sólo pienso que no podría hacer todo aquello…asumo que no nací para vivir la vida loca, ni para irme de juerga cada fin de semana, sino par esto, para un hogar, para cocinar para dos, para planchar, para hibernar en el sofá viendo películas de terror…supongo que nací para formar un hogar y lo hice con él…después de todo 13 años, 2 meses y 16 días no pasan en vano…me he acostumbrado a esta vida tranquila y de detalles cotidianos como el llegar y encontrar mis chocolates favoritos sobre la mesa…y aunque me gusta estar con mis padres, hermanas, hermano, cuñados, abuelos, tías, sobrinos y sobrinas…no concibo la idea de hogar sino estás aquí…aprecio el poder cantar completamente desentonado a cualquier hora del día, pero extraño el que me digas: próximo verano, clases de canto! Home alone…not my cup of tea!
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