Lo que escribo aquí es únicamente para liberar mi mente.
Hay algo interesante en la esperanza, y es que: no es tan fácil de perderse, y es muy difícil recuperarla.
En su ausencia, nada calma el alma, la incertidumbre de vuelve el aire que uno respira. Y el único anhelo que ronda en los pensamientos es que todo acabe. Pues los ojos ya arden deshidratados por tantas lágrimas, las rodillas se han deformado de hincharse a suplicar clemencia, los hombros ya no tienen energía alguna para erguir la cabeza, y los labios gastados de sonrisas importadas han terminado de torcerse para abajo.
Cuando la esperanza se pierde, la tristeza se ahonda, nos envuelve como un capullo impermeable de negrura pesadez, y cada balcón es más sugerente que el anterior, y cada botella rota parece una pluma brillante con que acariciar las muñecas.
Cuando se pierde la esperanza, la tristeza se vuelve insondable como le océano. Y sólo queremos echar raíces en nuestras camas, perdiendo la forma de las carnes y volviéndonos uno con las sábanas opacas y arrugadas.
¿Saben? Es extraño cómo funciona el cerebro y más aún el corazón de quien ha estado enfermo por más de 21 años, adormecido por las medicinas que poco o nada ayudan, torcido en el baño vomitando, frotándose el cuerpo con ungüentos, y esperando que la siguiente ronda de inyectables ayude un poco, pero al final todo es vano, inservible como un rezo que nadie escucha, como un sueño trunco, como una vida se niega a esfumarse.
Cuando se acaba la esperanza, vienen los pensamientos negros como cuervos y picotean los sesos. Y estos son los que floceren en mi mente hoy, quizás mañana, y también la próxima semana...y tal vez, sólo tal vez, aminoren pero volverán como las estaciones, por eso los hoy saco de mi sistema, los escribo, se los ofrezco al infinito, para que no lleguen a consumir el todo y aún cuando la fuerza casi se me acabe...he decidido seguir adelante.
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