Y con garras mugrientas y dientes empapados con una saliva espesa tan llena de egocentrismo y sed de poder, acertaron su ataque final, lamiendo las resecas venas de la democracia y la justicia. Y cuando la noche parecía negra como piel de lobo, las linternas se encendieron, las cacerolas resonaron y los gritos rasgaron el horizonte, miles marcharon, sus pasos retumbaron en las calles, sus carteles plasmaron la indignación de un pueblo que ya se canso de partirse el lomo trabajando dignamente para que ellos vivan a sus anchas, sus cantos se volvieron las nuevas estrofas de nuestro Himno Nacional.
Hoy, la bandera
se vuelve más roja que blanca con la sangre de los tres jóvenes asesinados por quienes
deberían defendernos. Y el corazón se me estruja, se me caen las lágrimas, se
me revuelven las tripas, hoy me lleno de repudio, de uno que causa arcadas que reacomodan
los órganos.
Hoy, la ciudad
respira humo y derrama lágrimas, hoy todo huele a caos, a alcohol y vinagre,
hoy huele a muerte, a destinos truncados.
Hoy agradezco el
valor de los que marcharon por los que no tuvimos ni el coraje, ni la fuerza para
poder hacerlo. Hoy les rindo homenaje a los tres jóvenes cuya sangre a
bautizado el pavimento de nuestra ciudad con un grito de Libertad, con un clamor
único.
Váyase Señor
Merino, váyase a su casa, a la mierda o a la cloaca de la que salió y llévese
consigo a esos parásitos impresentables que nunca han luchado ni lucharán por
el interés y bienestar del pueblo, sino para sus propios bolsillos.
Váyase Señor
Merino, váyase ya y llévese a su Primer Ministro, Señor Flores Araoz, que al
parecer es el único fiel a su causa, un esbirro que desconoce el actuar de su
propio gabinete que en un acto desesperado, quizás un reflejo de una escueta dignidad
o simplemente el mayor acto cobarde de su vida presentan su renuncia irrevocable
a sus puestos.
Váyase Señor
Merino, váyase ya y llévese consigo el repudio de todos los Peruanos, el dolor
de los familiares que han perdido a los suyos, y la última pizca de humanidad
que le quedaba a la Policía Nacional del Perú.
Váyase Señor
Merino, váyase ya y que el estruendo de cacerolas, el aroma de pimienta y la sangre
inocente derramada por su culpa lo persiga siempre.
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