Hay placeres sencillos y efímeros como el aroma de
canela y vainilla
Que te recuerdan a tu abuela cocinando,
A ese tiempo en que la vida era sencilla,
A ese instante que anhelas revivir cada domingo por la tarde.
Hay placeres más densos como el sabor del chocolate caliente,
Y un abrazo en una noche de lluvia,
Cuando las ventanas son garabateadas por penas ajenas,
Que caen del cielo como súplicas que nunca fueron
oídas.
Hay placeres frescos como la caricia del viento,
Una tarde de invierno mientras se observa el atardecer
desde el puente Villena,
Y se susurra mentalmente las culpas propias y ajenas,
Y se pide un poco de paz, un poco de calma para los
pensamientos inquietos como olas.
Hay placeres que duran un poco más, como una costra formándose
sobre una herida,
Y tenemos que refrenar la urgencia de arrancarla,
Sabiendo que cuando se desprenda por cuenta propia,
Habremos sanado, y la cicatriz no será más que un
recordatorio de lo fuerte que somos.
Hay placeres que pasan desapercibidos, como un abrazo
sincero,
Como ayudar a alguien a cruzar la pista,
Como respirar sin dificultad aun en el enrarecido aire
de Lima,
Y poder comer sin ayuda.
Hay placeres que se asilan en los recovecos de la
mente y que no contamos a nadie,
Como la mirada sugestiva que nos lanzaron en el bus o
la sonrisa pícara de un transeúnte,
Como los versos que te dedican amores tan lejanos y
distantes como las estrellas,
Esos que te hacen sonreír pero que ya no te derriten las
entrañas.
Y hay placeres eternos como la amistad después de
tantos años,
Las caminatas de Miraflores a Lima,
Los códigos de señas y guiños,
Y el saber que seguiremos siendo amigos aun cuando la
edad destiña nuestra memoria.
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