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Carta a mis sobrinos

Ariana, Nicolas, Matías, Vanya, Eduardo y Benjamin;

Queridos sobrinos, cuando sean grandes entenderán que la vida no es fácil, que hay mucho porque quejarse, muchas peleas por pelear, muchos sueños que cumplir o simplemente atesorar, y mil y una formas distintas de vivir la vida, pero por cada cosa mala en esta vida, tenemos algo bueno porque estar plenamente agradecidos, cuando sean grandes entenderán que a veces recibimos regalos inesperados. En mi caso, mis hermanas me han regalado seis preciosos “chuckies”, y les agradezco infinitamente el dejarme ser parte de su vida y acumular vivencias que de seguro añoraré hasta que me muera.

Saben algo, a mis 35 años he aprendido que cada día puede convertirse en una historia increíble, la peor pesadilla o una hazaña épica, pero saben algo, según mi limitado conocimiento de lo que es una vida feliz, pues no hay nada mejor que comer lo que se te antoja, reír hasta que te duela el estómago, abrazar si se está de ánimo, y llorar si se necesita, y que los mejores momentos de la vida no se miden en cuanto se gasta o donde se vacaciona, sino los momentos en que ves a tu familia compartiendo la mesa, brindando, riendo, peleando por trivialidades, contando historias, y en verdad espero que algún día lo repliquen esos momentos “hito” cuando formen sus propias familias.

Y cuando eso suceda, si aún estoy aquí, de seguro estaré más viejo y aún más renegón que ahora, espero que me permitan compartir con ustedes esos momentos, y que juntos recordemos los momentos que pasamos juntos. Las veces que nos agarramos a almohadazos, o peleamos con los cojines del sofá hasta que su abuela (mi mamá) nos carajeaba. Espero que recuerden las veces que les ayude a amarrarse los zapatos, a limpiarse la nariz, a cepillarse el cabello, a hacer las tareas, a escoger que ropa ponerse. Que recuerden las travesuras que hicimos juntos, las veces que pasábamos el dedo por el borde inferior de las tortas y salíamos a hurtadillas, las veces que construimos desde casitas hasta naves espaciales con piezas de lego, pasando por barcos amorfos y herramientas de construcción.

Algún día cuando me vean más viejo y más renegón de lo que soy, espero que recuerden las veces que cocinamos juntos, las veces que nos íbamos al cine y nos atorábamos de cancha y gaseosa, las veces que corríamos de un juego al otro en los parques de diversiones, las veces que cazamos pokemos juntos, y también de las veces que los he mirado con una mirada fulminante cuando se me “achoran” mal, las veces que hemos jugado Tupac Amaru, que hemos conversado de cómo les había ido en el colegio, las veces que los he fregado hasta el cansancio, pero sobretodo recuerden que siempre estuve allí, de una u otra manera, que a pesar de que soy recontra jodido y a veces (años luz) más engreído que todos ustedes juntos, los quiero mucho.

Tengo tantas anécdotas con ustedes, cosas divertidas, cosas que bordean lo sobrenatural, cosas que me ponían más histérico de lo usual, pero no las cambiaría por nada en este mundo, mis pequeños niños “cara de caigua”, aunque crezcan, se vuelvan adolescentes insoportables y huelan a “burro”, o adultos despistados, o con miles de obligaciones, siempre serán mis niños. Y lo único que espero es que cuando estén mayores, se acuerden de todo lo que hemos vivido y lo cuenten a sus hijos, pues ser tío/tía a veces no es tan valioso como ser padre o madre, socialmente hablando, pero para nosotros ustedes si lo son, así que cuando esté viejo al menos llámenme y contrabandéenme trago y chocolate a la casa de reposo donde resida.

Espero que la vida les sonría y sepan valorar lo realmente importante, que sean buenas personas y sobretodo que sean realmente felices.

Con amor,


Martin

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